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Un comentario a Leyendas Chiricanas(*)

Por: Raúl Ponce Brenes 
El autor del libro Leyendas Chiricanas, César Samudio, nació en Santo Tomás, Alanje, en 1956. Ha cursado estudios de relaciones internacionales, periodismo y derecho internacional público. En la actualidad es catedrático adjunto de relaciones entre Panamá y los Estados Unidos de América en el Centro Regional Universitario de Chiriquí.
Investigador infatigable, en éste, su tercer libro, escrito por y para una juventud que poco a poco pierde el conocimiento de nuestros valores debido a la influencia de países más desarrollados que nos bombardean las veinticuatro horas a través de ese monstruo llamado televisión.
Al leer Leyendas Chiricanas recordamos las reuniones en donde el pariente de mayor edad (abuelo, tío, padre, etc.) con todo lujo de detalles narraba las distintas leyendas según la época que transcurría en el año.
César Samudio proporciona al padre, al educador, al amigo, la herramienta necesaria para difundir entre los jóvenes que son “el futuro de la patria” el conocimiento de nuestras raíces, nuestras leyendas, por sus características y por su folclor, no tienen nada que envidiarle a la de otros países y César, con el dominio de la pluma y el verbo, nos transmite lo dramático, lo jocoso, lo tenebroso y lo bucólico en cada una de sus narraciones.
En esta obra César nos presenta veintiséis leyendas. Rogamos al Todopoderoso que le brinde fortaleza para que siga investigando y en un futuro cercano nos pueda brindar un segundo y tercer libro sobre este tema ya que esta obra es de lectura obligada para nuestros estudiantes.
(*) Tomado del diario La Crónica, Panamá, 19 de enero de 1995, pág. 10.
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El mundo de las Leyendas Chiricanas(*)

Por: Luis Carlos Jiménez
De la autoría del profesor César Samudio, catedrático adjunto de relaciones entre Panamá y los Estados Unidos de América en el Centro Regional Universitario de Chiriquí, circula la obra Leyendas Chiricanas (169 páginas), edición que recoge a manera de texto literario un sinnúmero de narraciones (veintiséis) que en su conjunto son parte del folclor o de la llamada literatura oral que subyace en la memoria colectiva de nuestro pueblo.
En última instancia, lo que busca el autor con estos textos es brindamos una porción espiritual del hombre panameño en su búsqueda incesante por aprender de la gente sencilla porque, como conceptualizaran ilustres plumas como Rubén Darío, José Martí, César Vallejo y el propio Víctor Hugo, “todo arte auténtico tiene sus raíces más profundas en las venas y arterias del pueblo”.
Sobre este particular, la propia literatura griega dio ejemplos genuinos y altamente dialécticos de que es posible, incluso, reconstruir la historia, la verdad, encubierta en el boscaje de las historias fantásticas que durante mucho tiempo han sido consideradas como mitos o supersticiones.
Los textos recogidos en este libro (La casona la calle El Fresco, El Nacimiento de la Tulivieja, La Hielera de Míster Warren, Los Duendes de Pejeperro, El Pacto del Retiro, El Excavador de Pozos, El Gringo del Alambique, La Lluvia de Piedras, Fredesvinda Cruceta, Orik y la Niña Lavandera, El Mono Negro del Coco, El Hombre Caballo, El Bus Fantasma, Ruperto el Valiente, Luis el Profano, El Amansador de Caballos, entre otros) están escritos en un depurado lenguaje coloquial y antiretórico.
Esa particularidad le da belleza a estos textos desde la perspectiva artística de una verdadera literatura, en oposición a aquella adocenada en los cenáculos inauténticos de los aburguesados academicistas que han hecho del lenguaje un fósil sin vida y sin sangre.
Leyendas Chiricanas tiene el dinamismo de recoger con armonía estética la filosofía del pueblo panameño a lo largo de sus historias y de sus páginas pletóricas de amor y humanismo, aniquilando los argumentos o parámetros superficiales que niegan la existencia objetiva de la literatura oral, olvidando que millones de años antes de que apareciese la escritura el hombre ya usaba el lenguaje para comunicar sus más profundas intimidades.
De este legendario, el doctor Ricardo Segura Jiménez ha hecho público fecundos y laudatorios conceptos. Otras personalidades de la crítica literaria panameña —como los doctores Ángel Revilla Argüeso, Rodrigo Miró, Joaquina de Padilla, Matilde Real de González y otr6s— deben decir su erudita palabra esclarecedora en torno a este intento del profesor Samudio por acercarse con pie firme y patriótico al rostro auténtico de la patria orillando los predios del folclor narrativo y su expresión a través de la oralidad.
Este libro está en venta en la Librería Universitaria, El Campus y la Cultural Panameña de Perejil. Conminamos a las autoridades del Ministerio de Educación a que por iniciativa propia se enteren del valor de esta obra, la recomienden y, si es posible la editen para que redunde en beneficio de nuestra juventud atosigada de literatura extranjerizante que no se ajusta a su realidad.
¡Salud y larga vida a César Samudio! Que no cese en sus tareas de investigación y de promoción de la literatura popular en este medio tan hostil a estos avatares de la cultura en donde hasta las más altas jerarquías universitarias nos tratan, a los promotores de libros, de “vendedores ambulantes” y poco falta para que nos anatemicen de “pordioseros”.
(El autor es poeta y periodista)
(*) Tomado del diario Hoy, Panamá, 19 de enero de 1995, pág. 6.  
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La magia de la literatura oral
Por: César Samudio 
La cultura, en cuanto al hombre en sí, no puede existir sin los mitos. Nuestra cultura contemporánea, supertecnológica (la del salto cuántico), es mítica, fantasmagórica, en un ciento por ciento.
Es cierto que la llamada civilización descabeza mitos (quién temerá ahora al otrora omnipoderoso Zeus), pero no prescinde de ellos, los reemplaza, los perfecciona, para que estén a su altura. En este proceso se llega a transformar el fanatismo religioso en fanatismo cibernético —mitificación— o al contrario.
Desde que el hombre comenzó a racionalizar, hizo eclosión su inclinación mítica. La adoración (o temor) al árbol, piedra, montaña, ríos, luna, sol, rayo, estrella, toro, tigre, serpiente, dragón, meteorito, Zeus, Baal, Satanás, Jehová, cibernética, son pruebas fehacientes de que el ser humano no ha vivido ni vivirá sin la protección —real o ficticia— de estos poderes terrenales o extraterrenales.
Y es que el mito, lejos de suplantar la racionalidad o la irracionalidad, las complementa. Sometidos a esta dualidad inmutable, unos encarnan el bien y otros el mal. Unos enderezan vidas y otros las tuercen. Es un dilema u opción bipolar: Dios-diablo, bien-mal, vicios-virtudes, Bartolomé de las Casas-Guinés de Sepúlveda.
De acuerdo con las preferencias y conveniencias, siempre habrá devotos de Satanás, de Mercurio, de la tecnología destructiva, de la TV, de los dictadores, falsos profetas y gobernantes corruptos. Sin embargo, a la gente común —la gente sin tierra— el mito —que ellos llaman fe— le permite neutralizar generación tras generación el empuje de los antivalores que atentan contra los intereses de la colectividad.
La literatura oral mundial (sin letras, como ya es lícito decir) tiene esa función social. Ésta preserva las tradiciones y peculiaridades de los pueblos. Siempre habrá reminiscencia por la vida sencilla y solidaria de los tiempos pasados. De esta manera, el mito adquiere una importante función social, como si desde un inicio el hombre presintiera que sólo a través de lo intangible pudiese garantizar su tangibilidad. La gente acostumbra a leer o ver literatura (cine y TV). Pero, ¿qué se sabe de la literatura nativa? ¿Quién la estudia con el mismo entusiasmo que las extranjeras? En calidad y cantidad, ¿es comparable con la de otras latitudes?
Se sabe que la literatura, en cuanto a creación en sí, es pura fantasía. El hombre mismo también lo es. La cuestión medular gira en torno a la naturaleza o fin de nuestras fantasías. En cuanto a la literatura oral alanjeña (que forma parte de una realidad generalizada), ésta es benévola, ética, mágica y positiva. Es la encarnación de mitos o ficciones que buscan preservar la cultura ancestral.
En estas narraciones alanjeñas desfilan: Dios, Satanás, espíritus sobrenaturales, reyes, príncipes, gigantes, hombres comunes, brujas, duendes, tuliviejas, tigres, águilas, conejos, monos, sapos, tortugas, loros, culebras, monstruos, pestes, flores y árboles parlantes, personas rectas y torcidas, en fin, ficción infinita. Pero esta heterogeneidad no deriva en maniqueísmo o irracionalidad. Siempre el bien derrota al mal, se castiga la maldad y se recompensa el sacrificio, la perseverancia, la bondad y la fidelidad. Diablo que se asoma, diablo que toma (palo).
En el aspecto literario de este tema de nunca acabar, hay narraciones sorprendentes. En una historia García Márquez narra cómo unos pescadores sacaron del mar, con sus redes, tigres, elefantes, monos. La explicación: un tornado había arrojado al mar un circo completo.
En una mágica narración —El Príncipe Lagarto— una señora de Palo Grande cuenta: la niña (que había sido entregada por el papá al lagarto), inducida por una tía bruja, prendió la “espelma” (vela) y se asomó al ombligo del lagarto que dormía. Vio: reses (toros, vacas, terneros), caballos, burros, puercos, tierras fértiles, castillos, ríos, cultivos, etcétera. La explicación ninguna.
La buena literatura no propone explicar las cosas, sólo construye ficciones, mágicas o inexplicables. En estas narraciones nativas la intención, la belleza y la moralidad prevalecen sobre la racionalidad. Y valiéndose de esas sutilezas literarias, el alma del común se niega a desaparecer.
Este legado literario —aquí y en otras latitudes— debe preservarse. Esta creencia, esta convicción, debe convertirnos en cazadores de historias y custodios de ellas porque, como sostiene el Eclesiastés 1:11, así como no hay recuerdo de los tiempos pasados, tampoco lo habrá de nosotros cuando seamos también tiempo pasado.
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(*) Tomado del diario La Estrella de Panamá, Panamá, 24 de noviembre de 1996, pág. A-5.   
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Leyendas Chiricanas
*ÁNGEL GARRIDO
Un libro es un libro y la vida diaria y cotidiana, sin duda alguna, es algo más de lo que nuestros ojos pueden ver y nuestros sentidos experimentar. Encarar un texto de esta naturaleza nos lleva irremediablemente al punto de partida en cuanto a la función del arte, de la racionalización, de la creación y recreación intelectual  de las cosas.
La afirmación de irremediabilidad tiene como base el que con el esfuerzo del autor del libro Leyendas Chiricanas, César Samudio, se recoge a manos llenas la imaginería del componente popular chiricano. Y es aquí donde reside el enfoque basilar del libro; en valorizar las creencias de las personas, su rica imaginación, para abrirnos paso así a un análisis sobre la importancia de esta realidad imaginativa para un mejor entendimiento de nuestro ser provincial y nacional.
¿Y qué sería del hombre sin imaginación y sin creencias? ¿Y acaso estas historias contenidas en el libro Leyendas Chiricanas son solamente imaginativas o recogen experiencias concretas, vívidas, de nuestra gente? Es así que se cae precisamente donde el autor quiso que cayésemos: en el convencimiento de que estas historias son algo real y verdadero; un producto de nuestra cosmovisión colectiva que nada tiene que envidiarle, en cuanto a materialidad, a un pedazo de madera, piedra o a la crin de un alazán. Son tan concretas estas historias como un pedazo de concreto.
Pero, ¿dónde más reside la riqueza de una propuesta literaria de esta naturaleza? A simple vista, el asunto parece asimismo simple; recoger en un volumen las leyendas que desde niños hemos escuchado de boca en boca. Pero esta disposición de Samudio a su recolección —también de cuentos, tallas, anécdotas, anagramas, etc.— y el tino que ha tenido para su selección y redacción nos abre nuevos horizontes (¿no es nuevo algo que emerge del olvido?); las narraciones de samudio son como una cuerda que baja a lo más profundo del pueblo para rescatar sus tesoros perdidos.
Aquí, con el permiso de nuestros literatos criollos y de los académicos amodorrados, buenos es saber que autores como García Márquez, López de Vega, Stern o Shakespeare, que han pasado a ocupar lugares cimeros en la literatura y en la historia, tuvieron su punto de partida en el reconocimiento de que ellos, y muchos más, eran parte de las entrañas de sus pueblos, de la aceptación y recreación de sus propias raíces vernáculas.
Y César Samudio, quizás sin proponérselo deliberadamente, nos tira en cara o nos restriega lo que somos realmente; nos “puya” para que despertemos, nos invita a transformar nuestra realidad cotidiana con actos concretos y de imaginación. En otras palabras: nos invita a hacer nuestra, plenamente, la idiosincrasia istmeña, la llamada esencia panameña que, como si se tratara de una especie de fauna o flora, está en vías de extinción.
De ahí que en este leyendario, más que nada, el autor asuma una posición definida, de lucha, en su trinchera eminentemente educativa; pero no a la usanza de los lineamientos ortodoxos y desnacionalizados de nuestra educación. Samudio busca, en una dirección opuesta, resultados observables promoviendo incansablemente en la juventud —mediante jornadas de narrativa oral en las escuelas— este saber popular.
Antes de caminar, culturalmente hablando, es necesario autorreconocernos y, sobre la marcha, continuar con ese autoexamen que desemboque en el fortalecimiento del orgullo nacional. En ese afán trabaja este joven autor de la chiricanidad y de la panameñidad.
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*PR0FES0R DE ARTE DRAMÁTICO, INAC, CHIRIQUÍ.
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“Leyendas Chiricanas”
Por: Belisario Herrera A.
La tradición popular está enriquecida por la fantasía y a quienes estos seres mitológicos les atribuyen buenas cualidades, hasta humanizarlos, que el caso por ejemplo de las hadas, aun cuando entre éstas surgen algunas variantes, como de buenos o malos pensamientos, estableciéndose una pugna entre ellas, pero hay los duendes dedicados a la maldad o a la perversión.
No existe lugar sobre nuestro planeta en que deje de ocuparse de sus leyendas, y en cuanto a su origen, éste es vastísimo y cubre múltiples manifestaciones.
A las hadas se les atribuye que tienen amantes humanos y por ejemplo en los poemas homéricos, a las sirenas se las describe como hadas En los cuentos arábicos de gran genialidad, están presentes estos seres fantásticos que no necesitan alas sino que se trasladan con el pensamiento, como son las alfombras voladoras.
Se dice que con las cruzadas que provenían de oriente se proliferaron tales ideas, hijas de la imaginación, por toda Europa y así fue tejiendo con el correr del tiempo una literatura muy especializada que se hace notable en los libros de caballería.
Hago estas acotaciones a propósito del interesante libro titulado “LEYENDAS CHIRICANAS” que me ha obsequiado ama amablemente su distinguido autor CÉSAR SAMUDIO con una fina dedicatoria,  con la promesa de hacerle un comentario cosa que hago en estos momentos, luego de haberlo leído de un solo tirón. Invito, por tanto al curioso lector que disfruta, de estos temas a que procure adquirirlo antes de que se agote.
En “LA CASONA DE A CALLE DE EL FRESCO” que forma parte de este libro, lomamos fragmentariamente lo siguiente: “Allá como a las dos o tres de la mañana, cuando la estaban velando llegó un pájaro negro, enorme, que empezó a soplar, soplar y soplar con sus alas hasta que se apagaron los cirios y las guarichas”. “Se trataba de una época en que se carecía del servicio eléctrico y el velorio quedó como “boca de 1obo”. Todos corrieron despavoridos y cuando se atrevieron a regresar “la muerta había desaparecido” y se había trocado en un cajón “lleno de piedras de río”.
Al preguntarle su opinión al cura por tan raro suceso, dijo: “Que el diablo se la llevó, ella tenía pacto con el diablo” y con toda su autoridad sugirió que enterraran “el ataúd con las piedras”. Dando a entender que de esa manera castigaban al maleficio, pero el pájaro negro siguió volando sobre la casona de la donde aún residían algunos de sus deudos, lo que motivó que la abandonaran hasta que con la inclemencia del tiempo se fue arruinando hasta quedar “un lote baldío...”.
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(*) Tomado del diario La Estrella de Panamá, Panamá, 6 de febrero de 1996, pág. A-5.