sábado, 5 de noviembre de 2011

INTRODUCCIÓN

LEYENDAS CHIRICANAS

Soleimán ben Daúd —Salomón hijo de David, sabio judío a quien la Biblia [1ª Reyes 3:12], después de Jesucristo, considera el hombre más sabio que existió en la Tierra es un personaje mítico, un héroe con poderes sobrenaturales, en Las mil y una noches y en el Corán; capaz de transportarse a voluntad con su séquito de sirvientes en una alfombra voladora de cien metros de diámetro o de hablar con las hormigas o de hacer que estructuras físicas gigantescas, que están a miles de kilómetros, se materialicen o desmaterialicen en un abrir y cerrar de ojos.
La sabiduría y poderío de Salomón tienen un trasfondo mágico. La figura de Mahoma también. Sin embargo, la Biblia sólo habla de la sabiduría de Salomón, no así de su magia. Ambos personajes tienen cosas en común. Ambos se comunicaban y beneficiaban haciendo alianzas con seres etéreos de otros mundos. Los genios o djinns —esos seres mitológicos creados por los beduinos de la prehistoria para que los acompañaran en la soledad del desierto y que en su evolución se transforman en los duendes que hoy conocemos—, según un hadith o tradición coránica, un poco antes de la Hégira, al principio de su experiencia mística, se le aparecen a Mahoma un día, una noche, glacial, cuando éste estaba solo en el desierto.
El Profeta meditaba junto a una pequeña fogata. Según la creencia, los djinns no son seres etéreos (igual se dice de los duendes de hoy) porque pueden sufrir y, como los hombres, tener frío o calor. Una pandilla de ellos, djinns, se acerca a la fogata de Mahoma y se calientan (¿y conversan?) junto a él (en otra narración del Corán es el mismo Salomón el que construye sus palacios esclavizando a 200 mil genios o djinns). Esto parece indicarnos que desde tiempos inmemoriales existe la creencia de que muchas de las grandes obras o realizaciones humanas se han logrado gracias a la intervención de seres no humanos que, por razones que hasta ahora desconocemos, se ponen al servicio de los hombres, especialmente de aquellos hombres que detentan poder sobre otros hombres. 
Estas creencias asombrosas durante miles de años estuvieron circunscritas a las culturas y religiones de las naciones del Medio Oriente. Sin embargo, esta pléyade de entes míticos, fantasmagóricos, de la tradición hebraica —en primer lugar, Satanás, la antítesis de Dios— que aparece en la Biblia se expande por Europa (y en Hispanoamérica con el descubrimiento y conquista) de una manera súbita y singular. En el 311, cuando Constantino dirigía un pequeño ejército a través de los Alpes, al acercarse a Roma, tuvo la visión de una cruz sobre el sol con la divisa “¡Con este signo vencerás!” (In Hoc Signo Vinces). Es posible que eso nunca haya ocurrido; pero se tiene como un hecho cierto porque desde aquel día la cruz se convirtió en el emblema de las legiones romanas y el cristianismo se hizo la religión oficial de Roma y del resto del mundo occidental.
El cristianismo no es una religión pura; no elimina el paganismo de los pueblos conquistados, lo asimila y lo mezcla con su propio repertorio milenario y fantasmagórico. De allí que el carácter mítico, legendario de la Biblia, se convierta en una verdadera Caja de Pandora de donde, con la colonización física y sicológica de América, saldrán, mezclarán y adecuarán los personajes mítico-legendarios que intervienen en las creencias y en la vida cotidiana de los viejos y nuevos pueblos americanos. Y a todo esto hay que agregar el cúmulo de influencias míticas que también llegaron a nuestra América desde la lejana madre patria africana.
El de Panamá (la Castilla del Oro) ha sido un caso típico y aislado de cómo estas antiquísimas creencias —no es nuestra intención discutir si se trata de verdades o mentiras—durante milenios, desde la prehistoria, como una bola de nieve, desde Oriente hacia Occidente, desde África hacia América, fueron convirtiéndose en parte del folclor o mundo mítico de los europeos para luego, como una camisa de fuerza, ajustarse al desconocido Nuevo Mundo.
De Panamá a Natá, de Natá a Chiriquí [hacia el norte hasta Nicaragua y hacia el sur hasta Perú, según la dinámica de la conquista del Pacífico americano] esos apólogos, mitos, leyendas, enriquecidos por la cultura negra e indígena, se sincretizan para dar paso al mundo mítico, legendario, folclórico, religioso —o como se llame dependiendo de la creencia o mentalidad individual— de los panameños y especialmente de los chiricanos que hoy por hoy, por una parte, tratan de negar o restar importancia a ese mundo sobrenatural (de pactos con el diablo, tuliviejas, duendes, encantamientos, hechizos, etcétera) desconociendo así que todos los personajes del folclor mundial (de la superstición como se dice en los predios de la seudociencia y la religión) se han escapado de la Biblia, del Corán, de los Vedas, del Mahabharata y demás libros de fe de las grandes civilizaciones de la humanidad y también de otras creencias, como las africanas, que siempre han existido y se han difundido gracias a la oralidad, es decir, gracias a la palabra hablada.
En esta recopilación pionera de Leyendas Chiricanas no se pretende mostrar, apegados al criterio antropológico de Lévi-Strauss, cómo piensan los hombres en los mitos sino ilustrar, a través de una serie de relatos contentivos de una temática muy variada, cómo los mitos existen e interactúan en la vida y psicología cotidiana de los chiricanos —éste es un fenómeno mundial— exponiendo, sin explicar, las cosas tal y como se han venido contando que le han sucedido a personas desaparecidas o a actores vivientes, conocidos, gente de carne y hueso, letrada o iletrada, atea o religiosa, que generalmente no encuentra ni busca una explicación lógica para estos hechos portentosos que han ocurrido y seguirán ocurriendo, en la ciudad o en el campo, fenómenos que ponen a prueba nuestro entendimiento y nuestra capacidad de convivir inmersos en esta heterogeneidad cultural. 
El criterio utilizado en este trabajo es el de los primitivos habitantes de África y de América que clasifican sus historias en falsas o verdaderas. Son falsas las fábulas o cuentos donde ellos no participan como testigos o protagonistas porque su único propósito es educar o divertir. Son verdaderas las historias donde ellos, como es el caso de este leyendario, son actores o testigos; porque la existencia de los hechos o situaciones que se narran se creen —o la mayoría cree en ellas al punto de que llegan a hacer opinión pública— y nadie las discute (se discute, por ejemplo, no la impugnación total de la superstición, sino la preeminencia de una concepción etnocéntrica sobre otra).
Todo depende, como diría Voltaire, del tiempo, del lugar donde se nace y de las circunstancias en que se vive. El hombre de nuestra época ha alcanzado grandes progresos en todos los campos, excepto en el concerniente a la libertad de creer: no en lo que otros quieren que se crea sino en lo que uno, por voluntad propia, pueda descubrir e incorporar a nuestra cosmovisión, a nuestra cultura, a nuestras estructuras o matices mentales donde la idea teledirigida, manipulada —por la ciencia, la religión o la ignorancia llana— quede totalmente descartada. Es el tema del miedo a la libertad que se desarrolla más detenidamente en el prólogo a esta nueva edición de este libro, basándonos, de manera poco rigurosa, en las ideas o tesis desarrolladas previamente por ilustres pensadores como Emmanuel Kant y Erich Fromm.
Este tema del folclor narrativo obsesiona. No se trata de creer o no en lo que estas narraciones dicen. Se trata de que a través de la fantasía, el hombre (no como generalidad sino como individualidad) pueda afinar su discernimiento para las cosas concretas y abstractas, para el trabajo y para el amor, estrechar lazos con su familia y con su comunidad, aprender de la gente sencilla, expandir el mundo del estilo y de los argumentos literarios, apisonar las bases de un patriotismo genuino —el patriotismo en cuanto que un asunto únicamente político es religión de mercaderes— que, como los griegos, haga posible la unidad nacional y la reconstrucción de nuestra historia, de nuestra verdad, es decir, de nuestra identidad cultural, encubierta en estas historias fantásticas, tratando de evitar así que la decadencia cultural ajena termine convirtiéndose en nuestra propia decadencia.

PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN DEL LIBRO LEYENDAS CHIRICANAS   

El ser humano siempre se ha declarado partidario de la libertad. Sin embargo, constituye un hecho probado que los humanos no sabemos qué es o para qué sirve la libertad. En 1941, el psicólogo social, psicoanalista, filósofo y humanista alemán Erich Fromm publicó una sugestiva obra intitulada El miedo a la libertad, donde este autor hace un planteamiento más osado sobre este tema: que íntimamente los seres humanos tememos a la libertad.
Esta idea —el miedo a la libertad— ya había sido abordada en 1784 por el filósofo idealista alemán Emmanuel Kant (1724-1804), quien al contestar la pregunta publicada en la Revista mensual de Berlín ¿Qué es la Ilustración?, sostuvo que: “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración”.
En su obra El miedo a la libertad Erich Fromm hace un análisis de la situación del hombre en la moderna sociedad industrial y de la paradójica noción de libertad/esclavitud que se produce al liberarse de los vínculos de la sociedad tradicional, cayendo preso de las nuevas trampas del consumo y la estandarización cultural. Es una interpretación de la libertad desde una perspectiva libre y asistemática. El tema principal de la obra gira en torno al significado de la libertad para el hombre moderno. Las tesis que Fromm expone son sobre la sociedad de su época, pero son tesis perfectamente aplicables a la decadente sociedad contemporánea.
Ésta es su profética visión del futuro: “El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro [que hoy estamos viviendo] es que los hombres se conviertan en robots”. En la mencionada obra, Fromm se dedicó a exponer los factores que según él iban a llevar al ser humano a la irracionalidad y a ponerse bajo el mando de dictadores y de la sociedad tecnológica. Dicho de otra manera, sus tesis exponen como verdades de Perogrullo que la libertad proporciona independencia y racionalidad al hombre, pero también lo aísla de su identidad y de su pasado, aunque su pasado todavía no haya pasado.
El miedo para conseguir la libertad, según Fromm, es la falta de individualización; y para alcanzarla éste considera indispensable a la educación. La individualización la define como un proceso mediante el cual el individuo refuerza sus opiniones y pensamientos y se separa de los demás, situación que ha de acompañar al individuo a lo largo de su crecimiento espiritual. Es el tema de la ambigüedad de la libertad: la libertad es de y no para. La libertad es una libertad de, y no una libertad para, ya que en lugar de realizar una acción instintiva debemos pararnos a pensar, siendo esto lo que nos diferencia de los animales; porque por un lado está el individuo libre, crítico e independizado; por otro, el individuo temeroso, solo y aislado.
La quinta reedición del libro Leyendas Chiricanas se debe precisamente a ese proceso de individualización que ha sufrido su autor desde que en 1994 se publicara por primera vez este libro, situación imprevista que coincidió con un hecho tecnológico extraordinario: la llegada de la Internet a Panamá. Hasta la fecha, los mitos nacionales (de todas las naciones) existían casi exclusivamente gracias a la tradición oral. Sin embargo, la oralidad, la palabra, en el mundo contemporáneo está en crisis; la gente que contaba historias jocosas o fantásticas muere paulatinamente —sin dejar herederos o sin que alguien se tome la molestia de escribir estas hermosas narraciones— y quienes sobrevivimos y podemos contarlas nos avergonzamos o tememos que, como estamos formalmente educados, estas tradiciones orales que antes de la llegada del cine, la televisión, la Internet y de otras tecnologías informáticas nosotros gozábamos en compañía de nuestros seres queridos, sean descalificadas como supersticiosas o infantiles.
Este temor, esta masificación de los pensamientos y comportamientos humanos, es la evidencia palmaria de que Emmanuel Kant y Erich Fromm tenían plena razón al afirmar que los seres humanos, por regla general, tememos a la individualización y a la libertad de ser nosotros mismos, de ser leales a nuestros orígenes culturales y de comprender que todos los hombres, en todas las épocas, en todas las latitudes, desde tiempos inmemoriales —¿será desde la época en que los ríos sólo tenían una orilla o desde cuando el primer huevo se puso a sí mismo para que naciera la primera gallina?— hemos tenido sentimientos o gustos comunes y que compartimos las mismas prácticas o creencias, especialmente esta agraciada inclinación a contar toda clase de historias fantásticas para explicar el origen del mundo y del universo, la existencia del bien y del mal, fijar reglas de conducta o simplemente educar, entretener o divertir a nuestros congéneres.   
El viejo arte popular de narrar historias fabulosas o jocosas está casi extinguido en nuestro país. La cultura global, la cultura de las imágenes, le ha robado la palabra y la identidad a nuestros pueblos. Con las nuevas tecnologías informáticas, ya no existe aquella marcada diferencia entre la ciudad y el campo, entre culturas nacionales y las llamadas culturas transnacionales o imperiales. La nueva cultura mediática, de consumo y alienación, ha significado un duro revés para la cultura popular (la cultura de la palabra) y para aquellos géneros narrativos (cuentos, leyendas, tallas, chistes) que desde épocas inmemoriales se han venido utilizando para educar, divertir y fortalecer los vínculos afectivos dentro de la familia y de la sociedad.
La primera edición del libro Leyendas Chiricanas (1994) fue muy modesta y hasta descuidada. Sin embargo, fue un acto de autorrebeldía en contra del rumbo decadente que ya comenzaba a visualizarse en todos los órdenes de la vida social. El libro diríase que fue hecho para el autor. Pero fue sorprendente la acogida que se le brindó dentro y fuera del país. Y se hicieron varias ediciones más, también descuidadas. Y así nació esta idea de reconstruir el libro (corrigiendo su diagramación, su redacción, sus dibujos y agregándole nuevos relatos) para que por primera vez, dentro y fuera de Panamá, existiera una publicación decorosa sobre las leyendas de esta región del país (Chiriquí) donde nací, crecí, vivo y deseo terminar mis últimos días, leal a mis convicciones ideológicas y culturales.
Este libro está hecho con la mentalidad de un hombre nuevo, libre, sin prejuicios y sin ninguna otra pretensión que no sea la de rescatar y divulgar las creencias populares de esta región del país. Estos relatos no son el reflejo de mis creencias filosóficas; son el reflejo de mi conocido interés por la cultura popular, la tradición oral y por la belleza histórica, geográfica, filosófica, artística, lingüística y literaria que hay en ellos. Es mi homenaje a la tierra, a la época y a los hombres (de todos los signos sociales, ideológicos y culturales) con los que he compartido vivencias y experiencias en las ciudades y en los campos de este país.
Pero especialmente es mi ejemplo de rebeldía, de individualización, para que muchas más personas —especialmente profesionales y estudiantes— se sumen al rescate, divulgación y discusión de estos relatos fantásticos; de manera que así se fortalezca el importante papel que puede jugar el folclor en el rescate de la palabra —hablada y escrita— como medio de comunicación y como medio de rectificación del rumbo errático de la actual sociedad global, virtual, de consumo, donde —como lo predijo Erich Fromm— los hombres han dejado de lado el peligro de ser esclavos físicos para convertirse en robots que programan y teledirigen los amos de los poderes mediáticos y corporativos que hoy gobiernan al mundo.  
César Samudio
(abril de 2011)